Doctor en Física e Investigador Principal del CONICET. Ex Rector de la Universidad Nacional de Córdoba, ex Director del CONICET, Coordinador General de la Conferencia Regional de la UNESCO de Educación Superior para América Latina y el Caribe 2018 (CRES).
¿Qué evaluación hace de lo ocurrido en la Conferencia Mundial de Educación Superior de Barcelona?
Es claro para mi que detrás de la organización de esta conferencia hubo un armado ya establecido por los países que tienen un poder dentro de la UNESCO. Fue poco el nivel de participación democrático que uno esperaría de un organismo constituido por todas las naciones. Visualizo claramente, de mi experiencia, que hay una intención de imposición cultural de ciertos valores vinculados no solo a la educación sino también a la cultura, la ciencia, la tecnología. Esta conferencia cambió su estatus: pasó de ser una conferencia de categoría 1 a una conferencia de categoría 4. Alguien podría pensar que eso es positivo, porque, ante la falta de participación democrática y de representatividad del conjunto de los países periféricos, eso le quita peso a una Conferencia que vino con un tinte bastante autoritario, pero, por otro lado, permitió a UNESCO que solo la voz de los expertos sea la que cuente, dejando de lado la opinión de nuestros gobiernos y sobre todo de las comunidades universitarias. Entonces, hay que ver cómo queda en la historia esta conferencia, que tuvo una preparación y una ejecución muy distinta a las de 1998 y 2009.
¿En qué sentido?
Un caso particular merece lo que pasó en América Latina, que realmente fue vergonzoso. No solo lo que sucedió sino la poca respuesta que ha habido en la región. En ese sentido, resalto a la Argentina, porque los rectores del sistema público, a través del CIN, junto con UDUAL, son de los pocos que han fijado una posición contundente. Lo que hizo IESALC es un agravio profundo a la educación, pero también a la autonomía, a la soberanía de nuestros pueblos. Nosotros construimos –y me consta porque yo fui coordinador general– enormes consensos entre el 2015 y el 2018 que se plasmaron en la CRES, una CRES que tuvo 5000 actores presenciales y 3000 actores virtuales en la prepandemia, cuando lo virtual era difícil. Además, fue una CRES en la cual estuvieron sentados los consejos de rectores públicos y los consejos de universidades privadas, las redes, los expertos y, a diferencia de otras instancias, la declaración fue consensuada. En cambio, el Instituto, que tiene en su sigla a América Latina y el Caribe, decidió unilateralmente, sin consultar con los gobiernos, descartar lo que nosotros hicimos en la CRES porque no satisface los estándares que ellos esperan de una región como la nuestra, en la cual tienen el ojo puesto, y lo reemplazaron por una construcción de expertos. Esa construcción de expertos se hizo sobre cinco organizaciones multilaterales: ¡el Banco Interamericano de Desarrollo, el Grupo Santander, la Secretaría General Iberoamericana, la Organización de Estados Americanos y el IESALC! De esos cinco actores, tres tienen como autoridades máximas a ciudadanos españoles. Si eso no es una intromisión, yo no sé a qué llamar intromisión. La mirada de los actores de la educación superior, comenzando por los Estados, los rectores y rectoras, los académicos y académicas de la educación superior, los sindicatos, los movimientos estudiantiles, organizaciones civiles, estuvo ausente en la representación de América latina y el Caribe. Eso no quita que hubo grandes compañeros, colegas, compañeras que estuvieron llevando esta voz a la Conferencia. Pero para mí fue una estafa en términos de representación. Hubo una usurpación de nuestra voz.
¿En qué sentido el objetivo es el de imposición cultural? ¿Cuáles son los núcleos de ese modelo que se busca imponer y a la cual esta conformación de IESALC y la UNESCO resultan funcionales?
Ante todo, es una composición eurocéntrica, una visión del mundo en la cual los valores que encarna Europa occidental son los únicos valores válidos, a los cuales nosotros nos tenemos que atener. Lo vemos constantemente en la forma de comunicarse y en los documentos que plasma. Esto es nuevo en UNESCO, muy distinto a la UNESCO de los ‘90, que era una UNESCO que respetaba la diversidad. Entonces, se supone que nosotros tenemos que aprender de las experiencias de esos países, imitar lo que ellos hacen, y que lo único que está bien es lo que ellos consideran que está bien. Una visión más neoliberal de la educación: la idea de que los estados son ineficientes, que los privados son eficientes, de que hay que abrir la educación y en vez de pensarla como un derecho hay que pensarla como un bien global, donde se pierde la pertinencia territorial, donde lo que sucede en tu entorno deja de ser importante porque se supone que el conocimiento es un bien global. En cambio, sabemos que el conocimiento es un bien estratégico para las naciones. Nuestros países, no todos por suerte, acaban aceptando esas condiciones, presionados por situaciones fiscales delicadas o por gobiernos de derecha que creen que nosotros no somos Latinoamérica sino que somos Iberoamérica. Predomina en el ámbito de la universidad esta idea, que da por tierra con la representatividad de los pueblos originarios, de los afrodescendientes, de los migrantes de otras ondas migratorias… No somos solamente España y Portugal, aunque mucha de la población hable español y portugués. Tenemos cientos de pueblos originarios en América Latina que merecen respeto, y más de 10 naciones del Caribe insular donde se habla creole, con problemáticas muy parecidas a las nuestras. Tenemos una realidad humana, económica, social y ambiental muy diferente a la que esas naciones prósperas viven. Dar la espalda a esos actores es un grave error estratégico.
¿Qué implicancias tiene que el conocimiento sea concebido como un bien global?
En América Latina y el Caribe lo que vemos es un proceso de llegada de capitales externos que compran universidades, que unifican universidades, que empiezan a replicar en el mundo de la educación lo que nosotros vemos usualmente en el mundo de la empresa. En Brasil, por ejemplo, tenemos universidades que ya rondan los 2 millones de estudiantes en línea, que cotizan en bolsa, que transfieren dividendos, que son sociedades anónimas, lo que distorsiona profundamente el sentido de la educación superior. Pero esto se replica en varios países. Vemos una presión enorme para que nuestros países abran las puertas para que las universidades se consideren como empresas abiertas a la inversión del capital trasnacional. Esto afecta no solamente a las públicas, porque en algunos países también afectó a muchas universidades privadas que estaban profundamente enraizadas en el territorio. Esta idea de que el conocimiento y la educación es un bien global significa hacernos creer que, como pasa por ejemplo con la provisión de internet, uno tiene que acceder al que te ofrece el mejor servicio. Nosotros decimos que no, que la educación superior no es un servicio, que la educación es un derecho, pero sobre todo es un bien social. No niego que el conocimiento tenga una dimensión global, pero lo que no puedo admitir es que se desconsidere el valor que tiene la producción, generación y transmisión de conocimiento para atender las demandas territoriales y locales. Ese conocimiento, en los países prósperos, es inmediatamente privatizado. O sea que, si alguien encuentra una solución, se nos va a pedir que paguemos por el uso de esa solución. Hay que movilizar a toda la comunidad universitaria, pero sobre todo a la sociedad civil, para que no nos engañen y atrás de un canto de sirena venga un proceso que va a ser irreversible. Una vez que los países le conceden a la OMC que sea ella la que rija las relaciones entre universidades, pierden totalmente la capacidad de producir soberanamente conocimiento.
¿En qué estado se encuentra la agenda concreta de integración latinoamericana en educación superior y producción de conocimiento?
Ese es el eje transversal de las tres conferencias regionales. Desde el año 1996 las universidades se reunieron en La Habana y vienen diciendo “nos tenemos que integrar y además ayudar a la integración regional de nuestros países”. Pero poco de eso sucede, todo queda plasmado solamente en declaraciones, salvo pequeños esfuerzos muy valiosos pero como abarcadores. Sin duda América central y las naciones caribeñas son quienes mejor uso hacen de la cooperación sur-sur pero tenemos que empezar a pensar como América Latina y el Caribe. Ahora los sistemas de conocimiento se organizan en bloques: Europa, Asia, África. EE.UU. y China están solos, pero son sistemas muy internacionalizados hacia adentro. O sea, hay una mirada de internacionalización en bloque que asigna a conocimiento un valor geoestratégico para que a futuro las naciones de estos bloques puedan ocupar un lugar más privilegiado en este mundo que es tan competitivo. América Latina y el Caribe no tiene hasta ahora ninguna instancia de cooperación para todas sus naciones, a diferencia de lo que pasa en África, Asia y Europa (sobre todo Europa). Somos eurocentristas, pero no miramos lo estratégicamente valioso. Europa, cuando necesitó superar una historia de mil años de guerras y odios, puso a la universidad en esa tarea, a la educación, a la cultura, al trabajo. Nosotros, a pesar de que lo repetimos y lo deseamos y lo dijimos y lo declamamos, no tenemos instancias constituidas por nuestros gobiernos que nos permitan compartir una agenda de conocimiento. Al contrario, cada universidad o cada agencia de ciencia y técnica busca relacionarse con el primer mundo. Tenemos que pasar a valorar también la cooperación Sur-Sur. Tenemos problemáticas sociales, económicas, humanas comunes cuya solución no va a venir de Europa ni de EEUU. Va a tener que surgir de nosotros. Entonces, venimos bregando para que se haga una agencia latinoamericana y caribeña de educación superior, ciencia y tecnología. Con esto no digo que no hay que cooperar con España, con Alemania o con Canadá. Lo que digo es que nosotros tenemos que tener una agenda intergubernamental propia de problemáticas de gobierno. En el caso de la pandemia de COVID. Hubo una fuerte colaboración en el mundo próspero. Sin embargo, a lo único que nos invitaron era a colaborar con el primer mundo. No hubo en América Latina y el Caribe una invitación de nuestros gobiernos a trabajar en forma conjunta.
¿Cuál sería desde el modelo que le conviene a América Latina desde el punto de vista de la integración en la producción de conocimiento?
El conocimiento se produce en muchos sectores. De hecho, la universidad perdió un poco la hegemonía que tuvo a mediados del siglo XX. Pero son los estados los que le tienen que dar el sentido estratégico, decir hacia a dónde queremos apuntar. De lo que se trata es de que las inversiones que hacen los estados dejen un rédito para la sociedad y no pasen directamente, como una especie de subsidio encubierto, a quienes se apropian de ese conocimiento financiado por el sector público. Eso lo hemos visto muy claramente en esta cuarta revolución tecnológica (como la llaman), en la que el conocimiento fue hecho en las universidades y hoy está apropiado por un conjunto muy pequeño de megaempresas tecnológicas que, hay que admitirlo, se transformaron ellas en las grandes productoras de conocimiento. En algún sentido los estados perdieron la capacidad y la soberanía como para regular estos procesos tan disruptivos. Entonces, yo pienso que América Latina y el Caribe tienen que ir a un sistema de financiamiento de cooperación Sur-Sur alrededor de una agenda pensada en misiones, o sea, orientar la investigación alrededor de problemáticas.
¿Cuáles son esas problemáticas?
Desde mi punto de vista, son seis, pero es una construcción personal. Primero, la sostenibilidad y una nueva visión del desarrollo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de desarrollo? Porque seguimos trabajando una idea de desarrollo de mitad del siglo pasado, según la cual para mejorar la inteligencia la pone el norte y nosotros ponemos el recurso humano. Sin embargo venimos desde hace más de 70 año exportando talento al mundo y sin atender a nuestras necesidades. Segundo, los derechos. Tenemos que abordar los problemas de la pobreza, de la violencia, de la marginación, de la discriminación. Tercero, la competitividad, porque nuestras economías son cada vez menos sofisticadas y nos cuesta más dar cuenta de la producción de riqueza que necesitamos. Seguimos siendo economías muy extractivistas y tenemos que sofisticarlas en una forma democrática y armoniosa con el ambiente. Cuarto, tenemos que trabajar mucho la integración regional, porque nuestros programas de movilidad y cooperación científica son casi todos con naciones prósperas del Norte. Quinto, debemos preocuparnos y ocuparnos de la crisis de gobernabilidad que estamos viendo en la región, con democracias debilitadas, incapaces de atender a las demandas sociales y humanas, cuando no atacadas por los poderes corporativos. Y, sexto, sobrevolando todas estas cuestiones, hay una cuestión central, que tiene que ver con el respeto a la diversidad cultural. Nuestras universidades no terminan de ser instituciones que se acepten como latinoamericanas y caribeñas, que incluyan los conocimientos de los pueblos originarios, de los afrodescendientes, de las diferentes oleadas migrantes. En la medida en que no admitamos que como universidades tenemos que ser parte de la solución de los problemas, vamos a seguir siendo la región más violenta que tiene el mundo. El 33 por ciento de las muertes violentas se producen en América Latina y el Caribe, una región que no tiene guerras y que solo alberga el 8 por ciento de la población de la Tierra. Esto muestra el desprecio que se extiende entre nosotros, el deterioro de las relaciones interpersonales. Vivir en condiciones de tanta desigualdad, de tanta injusticia, donde unos ven cómo otros se apropian de su trabajo y a partir de ese trabajo se generan estas brechas de riqueza y de condiciones de vida, es insostenible. Las sociedades prósperas en algún momento entendieron que la solución era para todas y todos y no solamente para los que tienen más fortuna.
¿Y en qué sentido la ciencia y la tecnología latinoamericanas no acompañan esas necesidades?
Las agencias de promoción de la ciencia y la tecnología, a diferencia de lo que pasa en muchas regiones prósperas, en nuestros países están muy desarticuladas. En cierto sentido, dan la espalda a la universidad, le imponen patrones eurocéntricos de calidad, una calidad que solamente mide el impacto bibliométrico, que no considera como pertinente el impacto socioeconómico, ambiental y sobre todo el humano. ¿Qué quiero decir con esto? Que para nuestros sistemas científicos lo único que vale es la investigación que está apuntada a satisfacer la curiosidad en una agenda que se cree que es global, pero que en realidad fue hecha por otras naciones. Lo que importa es hacer papers, dirigir tesis, participar en congresos y atender a demandas que surgen de la investigación de punta. Claro que la investigación tiene que ser siempre de alta calidad, pero lo que nosotros tenemos de entender es que la orientación de los esfuerzos de países pobres como los nuestros tiene que estar regido por la pertinencia social, territorial, de los objetivos de las investigaciones. Nosotros tenemos grandes agencias de producción de conocimiento básico (el CONICET es un ejemplo de una agencia de altísima calidad). El punto es que tenemos que mirar lo que hacen Europa o Asia y vamos a visualizar que ahí hay una gran inversión en problemas tales como los del desarrollo social, económico y humano de esas sociedades. Entonces, un aspecto de la mercantilización del conocimiento tiene que ver con orientar los esfuerzos financieros y humanos de nuestro sistema a satisfacer las necesidades o a ser colaboradores de proyectos cuyo objetivo está puesto en otras latitudes.