Como lo había hecho Diego Tatián en la mañana, Eduardo Rinesi eligió revisar, recuperar y actualizar la herencia de la Reforma Universitaria, que se extiende mucho más allá del ámbito de la educación superior. “La Reforma es inseparable de la idea misma de lo que sea que entendamos por universidad democrática y popular e incluso de la idea misma de América Latina. Me parece imposible imaginar el concepto de América Latina en este último siglo sin la Reforma Universitaria de 1918”. En ese sentido, consideró que hubo tres grandes momentos históricos en los que América Latina pudo ser “formulada como idea, como proyecto, como utopía”: la lucha por la Independencia, “el espiritualimo, el idealismo, el juvenilismo antiimperialista de principios del siglo XX” en el marco del cual se dio la Reforma, y los gobiernos populares y democráticos de los tres primeros lustros de este siglo. Cada uno de esos momentos se dio bajo el influjo, respectivamente, de las ideas de la independencia, la libertad y los derechos (o la democratización).
Tras analizar el Manifiesto Liminar de Córdoba y retomar una idea de Tatián (“Cuando pensamos la autonomía no la pensamos solamente como autonomía de sino también como autonomía para“), afirmó que entre aquel documento fundacional y la posibilidad de pensar la universidad como un derecho en la CRES 2008 pasaron muchas cosas, entre las que destacó el discurso del Che Guevara en la Universidad Central de Las Villas, en diciembre de 1959, cuando el revolucionario afirmó: “Le tengo que decir [a la universidad] que se pinte de negro, que se pinte de mulato, no sólo entre los alumnos, sino también entre los profesores, que se pinte de obrero y de campesino, que se pinte de pueblo, porque la Universidad no es el patrimonio de nadie y pertenece al pueblo de Cuba”.
Gabriela Diker basó su intervención en dos ejes: la idea de que “entre la CRES de 2008 y la CRES de 2018 no pasó nada” y la suposición de que la alianza Cambiemos no tiene una política universitaria. En el primero, explicó que se trata de teoría de que “a pesar de que los principios confirmados en Cartagena son principios que hoy estaríamos dispuestos a suscribir, lo cierto es que no han producido ningún impacto y que por lo tanto no importa tanto lo que se declare sino lo que se defina como el Plan de Acción”.
“Quiero discutir esa idea –rebatió–. Las declaraciones sí tienen efectos. Y haber afirmado que la universidad es un derecho nos ha permitido interpelar por primera vez a la universidad en términos de la igualdad. Un derecho es por definición universal y, por lo tanto, nos pone frente a la tarea política de generar las condiciones para que de manera igualitaria se pueda acceder a ese derecho. Esto nos permitió además reemplazar, con las consecuencias políticas y teóricas que esto tiene, la vieja fórmula liberal y meritocrática de la igualdad de oportunidades. Nos obliga a pensarnos a las universidades como instituciones cuyo sentido último es aportar a construir sociedades más igualitarias”.
En el segundo eje, enumeró la medidas del Gobierno que muestran que el macrismo tiene una política coherente y definida para la universidad, que comenzó con desprestigiar a las universidades a través de los medios; luego judicializó a sus directivos, sin distinción; luego las desfinanció con recortes, cierres de programas, retrasos en la asignación de partidas; luego paralizó la expansión del sistema universitario con fondos nacionales (toda expansión se dio con los fondos de las propias universidades); luego desplazó a las universidades del lugar de consultoras privilegiadas del Estado y su lugar fue ocupado por consultoras, fundaciones y universidades privadas; luego se produjo el avasallamiento sistemático de la autonomía de las universidades, con la intervención de fuerzas de seguridad por primera vez desde el retorno de la democracia y con medidas administrativas como las del Ministerio de Modernización; luego se introdujeron políticas que afectan a todo el sistema pero que se introdujeron de manera fragmentada, universidad por universidad, dificultando un pronunciamiento en conjunto; por último, todo se dio bajo una “amenaza permanente” (de arancelamiento, de descentralización de las paritarias nacionales, etc.) que haga posible el ajuste. “Es en este contexto de deslegitimación que se puede sostener que en uno de los pocos lugares donde se puede reducir el déficit es por el sistema universitario. Defender las universidades públicas no es en defendernos, consiste en defender la función social que estamos llamados a cumplir, que no es otra que contribuir a formar sociedades más igualitarias”, concluyó.
Tras iniciar su intervención con el recuerdo de Graciela Haydée Torres Bonaldi (una estudiante cordobesa cesanteada en 1975 que, en 1978, poco después de producir un texto sobre cómo comunicar a los trabajadores el valor de la universidad pública, fue secuestrada, desaparecida y luego asesinada), Pablo Gentili también eligió estructurar su exposición a partir de la relectura de la Reforma. “Hace 100 años –detalló – empezaba un proceso, que fue no solo nacional, de cuestionamiento a la universidad oligárquica, monárquica, monástica, burguesa, clerical. Un movimiento que trató, a partir del cuestionamiento de la universidad, comenzar a pensar el cuestionamiento de una sociedad a la cual esa universidad era funcional”.
A partir de ese momento fundante, y también de otro aniversario, el del Mayo Francés, pasó en limpio algunos de los aspectos que la Reforma puso sobre la mesa: el protagonismo de los y las estudiantes (“los estudiantes, incluso viniendo de sectores medios y oligárquicos, pueden transformarse en una fuerza revolucionaria”); la denuncia del carácter político del conocimiento; del carácter reproductor de la arquitectura institucional de las universidades (“tiene que cambiar la propia institución universitaria y debe reconocer otros saberes que se producen en nuestra sociedades”); de cómo el poder dominante busca apropiarse de las universidades para utilizarlas en función de sus intereses. “Esta herencia del 18 y del 68 –reflexionó– nos llama la atención con relación a algo fundamental: para tener éxito en cualquier proceso de transformación social es fundamental ganar la batalla del relato, construir un sentido claro, poder decir de forma clara lo que queremos hacer. Cuando María Eugenia Vidal dice que los pobres no entran a la universidad, no solo hay que responderle con las estadísticas. Hay que mostrar que lo que nosotros estamos defendiendo no es solamente que entren más pobres, más mujeres, más negros a la universidad sino que es pensar una universidad de los pobres, feminista, antirracista”.
El portugués Boaventura de Sousa Santos, uno de los pensadores de la universidad más influyentes del mundo, convocado por la CRES para dar la conferencia magistral inaugural, eligió también sumarse al Encuentro contra el Neoliberalismo. Precisamente, por allí, rescatando la experiencia de políticas heterodoxas que aplicó su país en los últimos años, es que empezó su exposición. “El neoliberalismo es una mentira. Por eso hay que luchar con la verdad. Para eso es necesario articular las izquierdas porque la dominación de derecha está cada vez más unida. No podemos articular alianzas con la derecha”. Para Boaventura, “hay tres grandes cabezas de la dominación: capitalismo, patriarcado y colonialismo. Nuestra tragedia es que la resistencia está fragmentada. Hay que unir todas las luchas. En la Argentina el anticapitalismo y antipatriarcado están construyendo una alianza muy fuerte; pero para mí falta todavía la lucha anticolonial, antirracista”.
Esta pelea también se identifica en la educación superior: “Democratizar la universidad es descolonizar, desmercantilizar y despatrialcalizar”, resumió. Como otros participantes, reconoció que la universidad “va a pasar momentos muy duros” y advirtió que “los enemigos del derecho a la educación están también adentro de las universidades públicas”, como lo advirtieron los reformistas de 1918. “Lo mejor –propuso– no es una lucha defensiva. Es cierto que tenemos que defender derechos, pero la mejor lucha es ofensiva, es radicalizar la lucha, porque esa lucha es la que va a permitir también garantizar los derechos. ¿Cómo se radicaliza? Tenemos mucha gente que esta adentro de la universidad, pero que está afuera de su lugar, que no se reconoce, porque la universidad todavía no se ha descolonizado de los contenidos de estudio. La universidad puede estar más abierta al acceso, pero su historia, sus ciencias sociales, sigue siendo la historia de los vencedores. Y muchos estudiantes negros, indígenas, empobrecidos de nuestra sociedad, cuando entran en la universidad, están allí pero no la viven como suya, están como invitados en un espacio que no han conquistado. Por eso la universidad tiene que ser, como ya dije, una pluriversidad, pero también una subversidad. ¿Cómo? A través de una ruptura epistemológica: el conocimiento que nos trajo hasta aquí no nos puede ayudar mucho a salir de aquí. Estamos demasiado acostumbrados a conocer sobre los otros, pero no a conocer con los otros”.