María Eugenia Comerci es Doctora en Ciencias Sociales, Investigadora Independiente del CONICET, Profesora Asociada de la cátedra Geografía de Argentina en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa, y dirige el proyecto de investigación “Políticas Públicas y acciones colectivas en contextos de avances de frontera. Estudios de caso en la Provincia de La Pampa”. La entrevistamos para que nos cuente sobre esta articulación virtuosa entre investigación y extensión que visibiliza problemáticas y aporta soluciones a familias de toda la provincia.
¿De qué se trata el proyecto en el que trabajan con las familias del oeste pampeano?
Nosotras venimos trabajando desde hace más de veinte años en estudios sobre estrategias de reproducción social de familias campesinas que están afectadas por distintas problemáticas socioproductivas. Estudiamos cómo impactan los procesos estructurales en la vida de las familias del oeste pampeano. Tenemos un equipo interdisciplinario que está radicado en el Departamento y el Instituto de Geografía y hay participación de una arquitecta, un sociólogo, un comunicador social, unas cuantas somos geógrafas, también hay una médica que analiza la salud como derecho humano y las problemáticas que enfrentan las mujeres rurales.
Muchos de las y los que integramos el proyecto también somos investigadores y hay becarios y tesistas del Conicet. Hacemos investigaciones casi todas referidas a estrategias de reproducción social en el ámbito de lo doméstico y familiar como en lo colectivo, es decir la combinación de prácticas que realizan las familias para sobrevivir en contextos de adversidad. En los últimos años, en el Oeste se está generando todo un proceso de expansión de la frontera productiva que ha producido una pérdida de bienes comunes. El monte, por ejemplo, es un espacio fundamental para esas familias. Entonces, ¿qué prácticas se están imponiendo y cómo redefinen su vida? Otro proceso que se está dando es el despoblamiento rural: ¿cómo estas familias, sobre todo las que persisten en el campo, establecen estrategias de movilidad de dobles residencias para ir y venir entre el puesto y el pueblo? Hacemos un análisis de cómo esa territorialidad del campo se traslada hacia el pueblo y estudiamos esas dinámicas que dan forma o de alguna manera visibilizan maneras alternativas de vivir. Todo el trabajo lo hacemos con la intención de recuperar la perspectiva y voces de estas familias, que generalmente no son escuchadas ni por las políticas públicas, ni por referentes locales, ni por los medios de comunicación: nos interesa que esa voz se registre e incluir su perspectiva en el análisis.
Tenemos toda una línea que tiene que ver con analizar los impactos materiales y simbólicos de las políticas públicas y cómo, desde la perspectiva campesina, son tomados algunos elementos y otros no. Hemos trabajado muchos años todo lo que tiene que ver con los conflictos por la tierra, desde la cuestión simbólica y desde el impacto concreto. Ahora está un poco parado, como conflicto latente, porque hay una ley que suspende los desalojos. Y también hicimos intervenciones más concretas en el campo, a partir de entender que la gente necesita información sobre la posesión de la tierra. Armamos un proyecto de extensión con las radios en las escuelas, donde los estudiantes leían spots que decían, por ejemplo: “Familia puestera, no entregue documentación, ni firme documentos a personas extrañas”. Eran cuestiones muy sencillas, pero eso tuvo un impacto, lo mismo que repartir folletos con información específica de cómo tramitar una mensura o las leyes provinciales que los amparan. Llegaban abogados a los campos y las familias nos llamaban, una vez, incluso se frenó un desalojo porque el puestero le dijo al abogado del titular registral “yo tengo derechos, los chicos de la Universidad me dijeron y este papel lo confirma”. Otra línea investiga, desde la perspectiva de género, lo que pasa con las mujeres que salen de lo doméstico para trabajar, por ejemplo, en asociaciones de productoras y productores donde han tenido un rol protagónico. En el cruce con ciertas políticas públicas, se produjo esa salida, ese empoderamiento. Las mujeres han sido presidentas de muchas de esas asociaciones, y nos interesa saber cómo se perciben, desde la perspectiva femenina y rural, las problemáticas que tienen que ver con la disputa por espacios de lo público, qué necesidades tienen estas mujeres y por qué luchan. En los últimos años estuvimos también abocándonos a trabajar con La Comunitaria de Santa Isabel y su vinculación con la Secretaría de Agricultura Familiar Campesino e Indígena. Se ha generado una cooperativa que se llama “La Comunitaria”, y estamos acompañando todo ese proceso de empoderamiento de las mujeres campesinas, y familias puesteras que deciden unirse para organizar la cooperativa y, de esa manera, generar una planta de fraccionamiento de granos, que les compran al costo a productores del este provincial. En ese sentido, las políticas públicas permitieron generar puentes entre el este y el oeste, así los chacareros venden el grano al costo para que pueda utilizarse como en momentos de sequía y los crianceros que forman parte de la cooperativa lo obtienen a un precio más barato que en las semillerías. Es una organización que surgió vinculada al teatro y al arraigo en General Pico, y en Santa Isabel se volcó hacia cuestiones productivas, así como también está abordando otras problemáticas como la violencia de género, el cuidado de las infancias y otras cuestiones que están surgiendo en el marco de esta cooperativa a partir de necesidades concretas.
¿Y cómo surge el proyecto, porque me imagino que en sus orígenes no debía ser lo que es ahora, no?
Cuando yo me doctoré vine con todo lo que aprendí en la UNLP y en la UNQ con Javier Balsa, con una dinámica de trabajo en grupos donde presentábamos los avances y debatíamos en grupos interdisciplinarios. Me interesó la idea de salir de la mirada a veces endogámica de las ciencias, porque las problemáticas territoriales son complejas y requieren de diferentes perspectivas disciplinares y del cruce de saberes con lo popular, para mirar, estudiar y tratar de transformar una realidad social que es compleja. Abordar lo territorial implica analizar críticamente cómo impactan los procesos estudiados espacialmente, pero sin perder la perspectiva histórica ni la sociológica. Siempre he trabajado con grupos interdisciplinarios y valoro la riqueza de la mirada múltiple.
En la UNQ, más tempranamente que en la UNLPam, han desarrollado la extensión universitaria desde la vinculación con la comunidad, en ese caso, el conurbano. Eso también me marcó y participé de los primeros proyectos de extensión en la UNLPam, eso es vital porque retroalimenta la investigación y la docencia: va todo de la mano. De hecho, han surgido problemáticas de necesidades concretas en el campo, que derivaron en proyectos de investigación.
Hay cuestiones que trascienden totalmente la investigación que tienen que ver con las relaciones que se van tejiendo con esas familias rurales en veinte años de trabajo. Por ejemplo, una familia del Limay Mahuida pidió acceder a la educación. Una compañera trabajó con el Ministerio de Educación para lograr que esas seis personas todas mayores de cuarenta años, pudieran alfabetizarse. Están aprendiendo a leer y escribir, porque hasta hace dos años tenían problemas con los vendedores ambulantes por no saber sumar, restar o leer.
A partir de esta experiencia en UNQ y UNLP organicé mi propio proyecto, ya en el 2008 mientras participaba de las actividades de extensión, y esa retroalimentación entre la investigación, la extensión y la docencia universitaria me fue nutriendo, y se armó el equipo. La mayoría son investigadores/as, tesistas y becarios/as, entonces tenemos más tiempo para dedicarnos a la investigación, con mucha pasión por lo que hacemos.
¿CÓMO FUE ESE PROCESO DE ARTICULACIÓN CON LAS POLÍTICAS DE EXTENSIÓN? Porque hay algo que surge a partir de un proyecto de investigación, pero que tiene una relación directa con generar proyectos de extensión y el modelo que viene de los 90 separa al docente investigador del docente extensionista, como si fueran universos separados.
Por el compromiso con nuestro trabajo. Cuando empecé con mi primera investigación, en el año 2002 en el extremo oeste pampeano, los crianceros me decían “Nuestro problema es que se nos achican los campos”. Yo no entendía a qué se referían. Tenía que ver con un proceso de cercamiento que iba avanzando y reducía al espacio de pastoreo; espacio que en esa zona es colectivo. Vimos que había un montón de problemas en torno a la cuestión de la tierra y nos juntamos con una compañera de Historia, Claudia Salomón, que trabajaba con pueblos originarios, con compañeros de Recursos Naturales, de Exactas, con gente de Agronomía, con gente de Abogacía, porque también requeríamos de intervenciones concretas en casos; entonces se sumaron abogados, con un perfil de militancia, que asesoran en los gremios educativos. El primer proyecto de Extensión que surgió en la UNLPam fue el nuestro, junto con otro de los desayunadores y merenderos comunitarios. Después, empecé a estudiar los conflictos y a hacer un mapeo de esos conflictos por la tierra, por qué se habían originado, qué estrategias tenían las familias para resistir, para adaptarse, para luchar frente a esos conflictos, y qué estrategias desarrollaban los empresarios; siempre hubo una retroalimentación entre extensión e investigación, y creo que todo parte del compromiso, y también de una perspectiva de que la Geografía se hace en (y desde) el territorio, que también eso se lo debo a Alejandro Socolovsky, que fue titular de la materia muchos años, esto de que hay que salir de las aulas, hay que recorrer, hay que trabajar directamente con los sujetos que están en el territorio, y hay que que hacerlo con un posicionamiento político, de querer recuperar esas voces que han estado históricamente silenciadas. En el Oeste tenemos hasta el día de hoy, y a pesar de la gran intervención que ha tenido el Estado, persistencia de desigualdades y ausencia o vulneración de derechos. Creemos que hay que seguir luchando y esa es nuestra función desde la universidad pública, poder aportar a la visibilización y transformación, a pensar los problemas y a su resolución. Tenemos intercambios con los organismos del Estado, a veces toman en cuenta nuestras publicaciones y la mayoría de las veces, no. Pero también contribuimos a que las familias conozcan sus derechos y luchen por ellos.
Ha habido todo un proceso de recuperación de saberes que, por ahí, las familias crianceras creían que no eran valiosos, o que estaba asociado con la pobreza, como por ejemplo con la construcción en barro. Se hizo la puesta en valor a partir de la recuperación, que condujo una compañera que es arquitecta, de todas esas técnicas. Así que estamos en pleno desarrollo trabajando la cuestión de la vivienda, la salud, las mujeres y, en mi caso, todo lo que son las políticas dirigidas al agro para la producción familiar, los conflictos por la tierra y procesos de avance de las fronteras productivas.
Para mí, la investigación y la extensión nunca fueron por separado, y creo que está todo atravesado por el compromiso con lo que hacemos. En los últimos años, la facultad está trabajando con el Programa de las Prácticas Comunitarias, entonces hacemos intervenciones a partir de demandas en lugares que nos parezcan interesantes para que nuestros estudiantes realicen esas prácticas. Son proyectos más abiertos; el primero que organizamos desde la Cátedra era una familia de horneros de Toay, que estaba en un horno alejado, al final de donde terminan los hornos y les costaba vender los ladrillos. Entonces ellos querían ver cómo podían hacer para llegar a la gente y que se conozca su trabajo. Armamos el proyecto y aprendimos mucho. Valoramos todo ese proceso productivo artesanal, transmitido de generación en generación, donde hay uso de recursos locales y circulación de saberes.
También trabajamos con una cooperativa que se llama Brote Popular, que produce horticultura periurbana agroecológica, que fue organizada desde el MTE, y este último año, con una cooperativa textil de mujeres que se llama Terkas. Ellas se organizaron en la pandemia, ante la necesidad de entregar ropa a familias necesitadas en el barrio San Cayetano, en la zona norte de Santa Rosa, y a partir de ahí surgió la idea de armar una cooperativa con el asosoramiento de integrantes de otras cooperativas y de la Universidad. Hoy producen chaquetas, bolsos y guardapolvos, tienen una producción diversificada con ropa de verano e invierno y también funciona como un espacio de contención y de refugio para mujeres que están atravesadas por situaciones de violencias. El interrogante que surgió fue cómo se transforma ese espacio en un refugio. Este año participaron estudiantes yendo tres veces por semana a coser, a cortar, a descoser, a hacer trabajos concretos, pero al mismo tiempo a hablar, entonces ellas decían: “No podemos creer cómo podemos cruzar cuestiones de ESI con las prácticas comunitarias ahí”, porque hablaban de esos contenidos y de entender el concepto de pertenencia, del espacio como refugio a partir del vínculo con ellas. Las relaciones que se generan exceden el tiempo del trabajo del proyecto o de la práctica de extensión, porque hoy seguimos tejiendo vínculos.
A partir de un pedido de la familia hornera de que ellos querían conocer la Universidad, ofrecemos también ese ida y vuelta. Fue algo inesperado, la demanda surgió de ellos, dijeron “queremos ir a conocer adónde trabajan” y participaron de la clase. La primera experiencia fue muy conmovedora, porque vinieron tres generaciones: el muchacho con su esposa, sus padres y sus hijas e hijos, y otros familiares, fueron todos a conocer la Universidad y ahí se notó claramente la frontera simbólica que hay entre las familias que residen en los bordes de las ciudades y lo que es el acceso a la Universidad en pleno centro de Santa Rosa. No sabían que era gratuita, que era un lugar seguro. Quedaron fascinados. Al otro año, una de las hijas comenzó a estudiar una carrera en Ciencias Humanas. Desde ese año empezamos a hacer que nuestras estudiantes expliquen cómo fue esa experiencia de trabajo y dar una clase donde participan las y los integrantes de las cooperativas con quienes que se realizaron las prácticas.
Es un ida y vuelta y para ellos también es rico poder conocer otro espacio; otras dinámicas de trabajo: hablamos de todo lo que es la organización política en las universidades, del funcionamiento de los consejos y demás. Estos proyectos de extensión son más abiertos porque dependemos de las demandas que surgen en el territorio. Y lo que aprendemos de ahí repercute en los viajes que hacemos con la cátedra de Geografía de Argentina, donde recorremos las regiones del país con un viaje de estudio autogestionado, porque también vamos a otras cooperativas y las comparamos con las locales, que por ahí son más incipientes. Intentamos recuperar las formas diferentes de organización, de resistencia, de persistencia y de lucha. Hacemos el trabajo de comparación y de valorar tanto el proceso productivo que se desarrolla en la cooperativa, que puede ser asociado con el espacio lo rural o lo urbano, como la organización social y todo lo que hace a los vínculos y el proceso simbólico de construcción de pertenencia.