IECIEC
    banner
    • Inicio
    • Institucional
    • Temas de trabajo
      • Educación Superior en la Argentina
      • Educación Superior en América Latina
      • Privatización y mercantilización de la educación y el conocimiento
      • Presupuesto y financiamiento
      • Modos de producción de conocimiento
      • Género, trabajo y universidad
      • Derecho a la educación superior
      • Condiciones del trabajo académico
    • Publicaciones
      • «Que se pinte de pueblo»
      • Apuntes para la deconstrucción de la política ambiental
      • Documentos para el debate
      • Revista Política Universitaria
      • Nuevas Bases para la Reforma Universitaria
      • Democrática, popular y feminista: la universidad que queremos
      • Apuntes de Política Universitaria
      • Aportes para pensar la Universidad Latinoamericana
      • Publicaciones de la Internacional de la Educación
      • Cuadernos para la acción gremial
      • Otras publicaciones
    • Género, trabajo y universidad
    • Investigación
    • Formación
    • Noticias
    IECIEC

    Cuando nosotras paramos, paramos el mundo

    Yamile Socolovsky, directora del IEC-CONADU, reflexionó en la revista Entredichos (www.entredichos.trabajosocial.unlp.edu.ar), de la Facultad de Trabajo Social de la UNLP, sobre la significación de un nuevo paro internacional de mujeres del 8 de marzo.
    marzo 8, 2018Tiempo de lectura: 4 minutos Género, trabajo y universidad Noticias
    WhatsApp Facebook Twitter LinkedIn Telegram

    Decir que el 8 de marzo la tierra tiembla no es una exageración. Es un anuncio, es una advertencia, es una celebración. En los últimos años, un muy largo, paciente y militante esfuerzo del movimiento de mujeres ha traído al mundo algo nuevo: la capacidad de producir organizadamente un acontecimiento colectivo de alcance mundial, democrático, plural y unitario a la vez. Tal vez, una clave para entender por qué el ritmo de esta lucha parece acelerarse y ganar una intensidad inusitada, es el logro de la articulación de las demandas por la igualdad de género y la denuncia de la violencia machista, con la resistencia a la mercantilización de todas las esferas de la vida que es el signo de la etapa “neoliberal” de expansión del capitalismo. El recurso a las nuevas tecnologías de la comunicación no lo explica todo, ni da cuenta de lo fundamental: la globalización capitalista expande la miseria, la precarización del trabajo y de la vida, y también la violencia. Y la pobreza, el abandono y la explotación “tienen rostro de mujer”, porque impactan sobre la mayoría, pero además acrecientan la desigualdad estructural que perpetúa la subordinación y la opresión de las mujeres en la sociedad patriarcal.

    El feminismo se ha convertido ya en una de las formas políticas más radicales de la crítica al capitalismo.Cada vez más claramente, el feminismo se afirma, sin contradicciones, y sin ni necesidad de mayores justificaciones, como un feminismo “popular y de clase”, un feminismo que no puede dejar de poner en cuestión el orden establecido, también en el plano económico y político. ¿Cómo podría alguien argumentar, por ejemplo, que el Estado debe asegurar las condiciones para una política de educación sexual integral, provisión de anticonceptivos, e interrupción voluntaria del embarazo, sin contrariar la pretensión mercantilizante que convierte derechos en servicios, y sacrifica la igualdad al poder de compra? ¿Cómo sería posible exigir políticas públicas que socialicen las tareas del cuidado, sin objetar el desfinanciamiento de la acción social estatal y la privatización de las responsabilidades?Pero además, y allí la potencia de la articulación en curso, ocurre que el feminismo es abrazado, asumido, y recreado por mujeres que afirmamos nuestro lugar en el mundo como trabajadoras. Trabajadoras de doble o triple jornada, trabajadoras registradas o informales, trabajadoras dentro y fuera del hogar, trabajadoras cuando se ve y cuando no se ve… ni se paga. Trabajadoras todo el tiempo. Hay una fuerza descomunal en ese reconocimiento recíproco de mujeres que, en situaciones muy diversas, y con muy diferentes recursos materiales y culturales para desarrollar estrategias frente a la desigualdad, nos encontramos en una identidad común, cuando para dejar de ser víctimas de la injusticia nos hacemos militantes de una causa política. El feminismo de las trabajadoras es maravillosamente subversivo, por eso la tierra tiembla.

    Hay, en este tiempo, un reencuentro de la lucha feminista y la lucha de clases. Que el 8 de marzo haya vuelto a ser comprendido como lo que originalmente fue, una conmemoración y reafirmación de la lucha de las trabajadoras, es una batalla ganada al intento de banalizar el modo en que las mujeres nos hemos hecho un lugar en la historia. La creciente activación feminista en las estructuras sindicales es un signo relevante de esta recuperación que, indudablemente, produce algo nuevo. La vinculación de los sindicatos con el movimiento de mujeres, así como la lucha de muchas militantes sindicales para exigir igualdad en sus organizaciones, no es una novedad, aunque a veces pareciera no ser suficientemente reconocida. Lo que es novedoso, desafiante, esperanzadoramente perturbador, es la presencia de cada vez más activistas sindicales que se reivindican feministas, y que asumen la ardua tarea de construir organizaciones igualitarias y, al mismo tiempo, comprometidas en la pelea por la igualdad en todas las dimensiones de la vida social.

    Transformarlo todo, y todo al mismo tiempo. Cierta impaciencia tensiona la comprensión de que la lucha política requiere debatir, convencer, derribar prejuicios, confrontar, buscar alianzas, acumular fuerzas, enamorar. La impaciencia es legítima y bien fundada: no queremos ni una menos, queremos vivir, queremos trabajar y que nuestro trabajo sea reconocido, queremos decidir sin que nos pidan explicaciones, queremos que dejen de querer ordenar y disciplinar nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestros sueños. La impaciencia nos reúne y nos sostiene, nos empuja a inventar caminos, y a construir escenarios de unidad complejos y poderosos, como el que una vez más hará, este 8 de marzo, que el mundo se detenga, que este país se conmocione. Para que nos vean, para que nos oigan, y para que quienes entiendan acompañen. Es un anuncio, es una advertencia, es una celebración. El patriarcado se va a caer.

    Artículo anteriorLas principales afectadas por el ajuste
    Próximo artículo Histórica huelga de docentes universitarios del Reino Unido

    Artículos Relacionados

    Seminario de Formación «Neofascismo y democracias en el siglo XXI: debates, disputas y estrategias desde América Latina y el Caribe»

    Lxs docentes perdieron más de un tercio de su capacidad de compra desde que llegó Milei

    Seguridad y salud en el trabajo con perspectiva de género: un análisis clave para la inclusión en Iberoamérica

    Tipear los términos de búsqueda y presionar Enter. Esc para cancelar.